"¿Qué es poesía?,
dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul..."
(Bécquer)
Le miraste tú también cuando te hizo aquella pregunta y se respondió a sí mismo sin dejarte tiempo para reaccionar. "Es algo realmente incomprensible. A mí no me dice nada. Ya lo decía Kant, junto con muchos filósofos, que era motivo de discordia. No está hecha para mí."
Y te dieron ganas de reírte, y de decirle que aquella respuesta era ya algo poeta. Pero te mordiste la lengua y mientras mirabas por la ventanilla a tus propios ojos te hiciste la misma pregunta. La poesía -pensaste- es como una novela, en el sentido en que no a todo el mundo le gusta el mismo tipo de novela, ni el mismo autor, ni el mismo enfoque; cada uno encuentra su guindilla de novelas; "a mi me encanta las de ciencia-ficción", "soy adicto a García Márquez", "no soporto las históricas"... y así hasta el infinito. Uno tiene que encontrar las palabras que le hacen estar como en casa, que le hacen trasladarse a un Mar Muerto en el que flota sin esfuerzo, que se vuelven algo personal, algo propio, algo "mío": mi novela, mi relato, mi autor; mi poema, mi poeta, mi poesía.
Te bajaste del tren, despidiéndote con un abrazo, y caminaste solitario por la estación mirando a aquel enorme iris azul. ¿Qué es poesía? Y descubriste que era aquello. Que no era leer un poema como quien lee una receta médica, destripando cada detalle, intentando leer una letra ilegible; era posar los ojos en unas letras bailarinas, astronautas, hadas, universos... y después, al contemplar el mundo, una cosa pequeña, un detalle, encontrar allí el sentido, un relámpago y ¡eureka! Como cuando pasaste tu mirada por sus ojos, por tus ojos, por el cielo, y Bécquer te habló. Y hacía siglos que habías leído sus rimas. Y hasta hoy no entendiste su mensaje cifrado, el secreto que compartía él contigo, tú con él.