sábado, 28 de febrero de 2009

EL SECRETO DEL POEMA



"¿Qué es poesía?,

dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul..."
(Bécquer)


Le miraste tú también cuando te hizo aquella pregunta y se respondió a sí mismo sin dejarte tiempo para reaccionar. "Es algo realmente incomprensible. A mí no me dice nada. Ya lo decía Kant, junto con muchos filósofos, que era motivo de discordia. No está hecha para mí."

Y te dieron ganas de reírte, y de decirle que aquella respuesta era ya algo poeta. Pero te mordiste la lengua y mientras mirabas por la ventanilla a tus propios ojos te hiciste la misma pregunta. La poesía -pensaste- es como una novela, en el sentido en que no a todo el mundo le gusta el mismo tipo de novela, ni el mismo autor, ni el mismo enfoque; cada uno encuentra su guindilla de novelas; "a mi me encanta las de ciencia-ficción", "soy adicto a García Márquez", "no soporto las históricas"... y así hasta el infinito. Uno tiene que encontrar las palabras que le hacen estar como en casa, que le hacen trasladarse a un Mar Muerto en el que flota sin esfuerzo, que se vuelven algo personal, algo propio, algo "mío": mi novela, mi relato, mi autor; mi poema, mi poeta, mi poesía.
Te bajaste del tren, despidiéndote con un abrazo, y caminaste solitario por la estación mirando a aquel enorme iris azul. ¿Qué es poesía? Y descubriste que era aquello. Que no era leer un poema como quien lee una receta médica, destripando cada detalle, intentando leer una letra ilegible; era posar los ojos en unas letras bailarinas, astronautas, hadas, universos... y después, al contemplar el mundo, una cosa pequeña, un detalle, encontrar allí el sentido, un relámpago y ¡eureka! Como cuando pasaste tu mirada por sus ojos, por tus ojos, por el cielo, y Bécquer te habló. Y hacía siglos que habías leído sus rimas. Y hasta hoy no entendiste su mensaje cifrado, el secreto que compartía él contigo, tú con él.

miércoles, 18 de febrero de 2009

UNDERWORLD


"Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres

(según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo

en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,

o fluir blandamente la luz de la luna. " (Dámaso Alonso)



Un pitido. Se cierran las puertas, y vuelvo a no llegar. Dentro, los ojos, los brazos, los cuerpos, un mar de cuerpos, se diluyen hasta perderse en otro mar, el Mar Negro que traga y nunca escupe. Dámaso, desde su noche, me recuerda: 'Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres...' Como si desde una bola de cristal hubiese acechado nuestro metro, un laberinto de pies de cadáveres que corren, que llegan tarde (¿puede ser ya tarde para morirse?), cadáveres que respiran, que ensanchan sus pupilas al adentrarse en el nicho comunitario, que temen que las escaleras mecánicas no se terminen nunca y las devoran, cadáveres que palpitan. ¿Y Caronte? ¿quien callará a estos cadáveres? Solos atraviesan Estigia, saben cruzar solitos, les apetece en el fondo sumergirse en las mandíbulas de la muerte, y los carteles suplen al barquero de malas pulgas. Más prisa. Alguno cae, ¡horror! -piensas- le van a pisar, pisotear, tragar... pero en el último instante se levanta tambaleando y sigue, con la mirada muerta, sí, por eso se distingue que son todo cadáveres, que aquello es una telaraña de tumbas, que la luz no tiene abono y no se atreve a colarse en la línea, porque los ojos ya han muerto. No hay luna, ni horas, sí algún perro perdido entre los guardias, y huracanes de sonido que doblan las esquinas. "Atención señores viajeros..." y cinco minutos más de muerte, diez minutos más sin latir, media hora de letargo...
Dámaso me mira ahora a través de sus gafas y se inclina hacia mi oído. "Pero también hay Lázaros que se cuelan sin ser vistos, con los ojos brillantes y la calma en sus zapatos. Y que cantan, y bailan, y tocan, y chispean huracanes de aire fresco, que es lo que necesitan todos esos ojos. Aire fresco."